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Wednesday, September 13, 2006

SOBREVIVIENTES POETAS


POR JUAN CAMERON
(Una de las figuras intelectuales de mayor trayectoria de la región de Valparaíso.
jcameron@vtr.net.)


EDUARDO PARRA ES uno de los poetas de Viña del Mar; de ese grupo de noctámbulos que pululaban por el Bismark y de cuyo naufragio se salvan todavía Juan Luis Martínez, Fernando Rodríguez y algún otro extraviado sobreviviente.

Su incursión en la música lo hizo conocido y famoso tecladista del grupo Los Jaivas, aquellos The High and Bass de los liceanos sesenta y de la Pérgola del Club de Viña.
Sus imágenes se confunden entre la de un dandy de terno celeste, a cargo de la firma Eriksson en calle Valparaíso, y la de un hippie militante que habita en La Pajarera, una alta casona de madera en la esquina de Quinta y Viana. Porque, a diferencia de los otros Jaivas, su hermano Claudio y el fallecido Eduardo "Gato" Alquinta, quienes fueron distinguidos alumnos del Guillermo Rivera Cotapos, a Eduardo no se le vio por los patios del Liceo; como tampoco a Gabriel, el menor de los Parra Pizarro.

Mucho después, y luego de esporádicas ediciones, Parra entrega Mamalluca, libro premiado en el Certamen de Publicaciones del Gobierno Regional, para 1998-1999. Sin embargo, alejado de la actividad literaria, su poesía sigue un curso paralelo al desarrollo regional, fenómeno que se observará también en Fernando Rodríguez en el único libro de este autor, Del azar y la memoria, el que aparece recién el año 2000.

Mamalluca está pensado, desde su inicio, como texto para ser musicalizado en una ópera magna de su conjunto, tal como el poeta lo postula: Los poemas que se presentan a continuación son fruto de mi experiencia durante aquellas breves pero substanciosas horas en la región de Elqui (En Explicación).

Poesía después de todo, a ratos aflora un Prévert, aunque ahora más concertado con la buena conducta del apronte cultural, en ese niño (...) que iba cojeando/ por Vicuña/ con un cuaderno y un lápiz al brazo/ buscando la casa/ de mi querida maestra Gabriela Mistral.
Al modo de Claudio Bertoni, el estilo de Parra se subvierte de todo cuanto la norma impone al verso y de cualquier exigencia estética para, en fin, utilizar la palabra en tanto vehículo expresivo de su personal situación en el mundo: Una mariposa azul,/ enana,/ tenía pintado en sus alas claras/ los últimos vestigios/ de la memoria.

Distanciándose de su primer libro y de los postulados de entonces -quiebre frontal, rebeldía pura e intertextualidad- su decir se vuelve hacia el cántico como expresión popular dentro de un código antropológico.

Sin embargo, en este sentido bien podemos equivocarnos. Su Oración a la Virgen de la Iglesia de Montegrande Santa Patrona del Carmen, de laudatorias estrofas, carga una doble significación: Santa Patrona del Carmen/ que sostienes la vid/ y la vida, o Santa Patrona de las Viñas/ sostienes el Amor y las montañas. Tras ese pífano esconde el agradecimiento por el producto sacro: vino y "Pisco del Carmen", una conocida marca regional.

La personificación y diálogo con la naturaleza, en el sentido de madre creadora, lo identifica con otros poetas formados en las calles de su juventud. Esta vez, sin la grandilocuencia de Raúl Zurita (con quien se vincula a través de amigos comunes hacia finales de los años sesenta) su tarea en la tierra es el mandato que le impone la Nobel chilena: Y Gabriela en/ la escuela/ me dijo:// Uva y estrella/ son una misma/ cosa,/ mi niño.// Alma y Patria/ igual son lo mismo. El notorio término igual, en lugar de también, resulta un chilenismo incorporado por el habla juvenil de actualidad.

La búsqueda de Eduardo Parra no está afecta a una falencia de elementos retóricos, como podría creerse; porque figuras las hay, y muchas, en sus versos. Tal vez su deseo sea llegar a lo esencial ante una sociedad recargada por lo vano y lo superficial, como si acaso quisiera desprenderse de la falsa inteligencia y de la intención de deslumbrar. La brillantez, después de todo, es el rechazo de la luz sobre la superficie en lugar de la iluminación. Y tal puede ser el camino: la Victoria/ en la retina de los contempladores.

El poeta ya no posa de elegante ni de rebelde. Sólo sube al escenario para digitar el instrumento designado por la tribu, porque la música le resulta una oración más aguzada.

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